Un cuerpo piensa.
Una mente desea.
Una palabra vibra.
Uno de los legados que nos dejó Marie Kondo fue la idea de que organizar es transformar. Y aunque ella hablaba de espacios físicos, esa lógica se expandió como aceite: hoy se organiza todo —el tiempo, las emociones, la productividad— con colores, stickers y rituales casi mágicos.
No está mal. El problema aparece cuando la planificación deja de ser una herramienta y se vuelve un amo. Cuando cumplir con el horario es más importante que respirar. Cuando fallarle a la agenda se vive como fallarse a un0/a mismo/a.
Lo digo con conocimiento de causa. He visto cómo esa planificación ideal se convierte en cárcel. Cómo un Google Calendar puede aplastarte si lo usás como látigo en vez de brújula.
Por eso creo que la planificación, para que funcione, tiene que ser minimalista. Lúcida. Y viva. Te comparto los seis puntos clave que sostienen la mía:
Lo importante no es cumplir con todo. Lo importante es no olvidarte de para qué empezaste. Y, sobre todo, no dejar que una herramienta de planificación se convierta en un aparato de castigo.
Planificamos porque tenemos deseo, no porque seamos robots. Y eso nunca hay que olvidarlo.
Si algo se encendió en tu orilla, podés dejar una palabra acá.
Toda palabra será leída con atención. Las que vibren, quedarán visibles.
Este diario no enseña: arde, camina, duda y escribe. ¿Seguimos andando?
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Hecho en Argentina con fuego lento.
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