Un cuerpo piensa.
Una mente desea.
Una palabra vibra.
Una gran masa de gente amorfa, atropellada y embarullándose entre la música y el griterío era el portal que me recibiría aquella noche. En esa noche fría, cargando aún el dolor de lo que no fue, llegué sin expectativas. Un insight poderoso me recorrió el cuerpo y me dijo: “andá. Pase lo que pase, estarás bien.” Y fui. Sola, mirando alrededor en un lugar desconocido. Sola yo, la sombra que aún pujaba por salir y mi cada vez más característica levedad. Apagué la mente y me dejé llevar.
El caos me abrazó como si fuéramos grandes amigos. Sentía girar mi mundo y en cada giro sentía la tibieza y la ternura de vivir. De estar en paz con lo que fue y con lo que pudo haber sido. Estaba llenándome de mí a pesar de que la multitud me rodeaba. No había testigos, solo había presente. Ya estaba lista para el próximo paso.
Los cuerpos se sucedían frente a mi vista. Nada profundo, viviendo la superficialidad que vine a buscar… pero no encontré.
De repente, giro mi cabeza hacia la entrada. Y la visión me despierta del éxtasis: en el mismo momento en que me entregué al flujo del goce, él entra: Lewis.
El caos se hizo más insoportable. La respiración se entrecortó. Por un instante quedé inmóvil, estática, solo viéndolo. Como si fuera una ilusión que no estaba preparada para ver. Hasta que reacciono. Me digo a mí misma: “¿qué derecho tiene a interrumpir tu goce?” Y sigo bailando, como si nadie me estuviera mirando.
Pero estaba equivocada. Vaya uno a saber por qué designios de la vida, nuestros cuerpos se encontraron entre la multitud. Lo tuve enfrente. Lo vi. Lo miré de arriba abajo, con esa mezcla de ternura infinita, de dolor en sordina y un sentimiento de estar ante una no-casual aparición.
No hubo palabras. Solo su mano que invitó a la mía. Le sonreí. Sé que me brillaron los ojos y me perdí a su vez en sus ojos negros. Me sonrió. Y en ese instante sentí que nada había sido en vano. Ni la espera, ni el dolor de crecer, ni el silencio que aturdió mis noches.
En ese baile se alinearon los destinos. Sin saberlo y sin planearlo, la vida con sus designios nos unió. No hubo sexo, pero hubo cuerpos. Y lo más importante: un encuentro de almas. Leaving so soon? de Keane nos decía: “Don't look back / If I'm a weight around your neck / Cos if you don't need me / I don't need you”. En ese momento solo éramos un peso alrededor del cuello, uno del otro. La certeza de que no nos necesitábamos. Pero cuando habitamos esa certeza, elegimos encontrarnos. Y habitarnos. Y amarnos como si no hubiera un mañana. La decisión lúcida ya estaba tomada. No hubo destino, hubo construcción en base a una elección. Cuando sus ojos negros y los míos se cruzaron al fin.