Un cuerpo piensa.
Una mente desea.
Una palabra vibra.
No se tocaban. Pero ya ardía todo.
“Un llamado inesperado… incendio asegurado...”
Aquella mañana me desperté con un llamado inesperado. La noche anterior había sido puro insomnio: el pensamiento me recorría el cuerpo como un incendio lento, encendiendo la chispa del deseo. Todo lo seco ardió: lo insulso, lo encorsetado, lo correcto.
Cuando atendí, me asusté: era mi tía —la más conservadora de la familia, con la que nunca hablábamos—. Para ella, todo era un escándalo. Todo, menos la familia bien, el trabajo estable y los estándares decorosos de inserción social.
Por algún designio del karma, mi página le había llegado. Y cuando leyó “vino alguien”, se le prendió fuego el rosario.
—“¿Y ese quién es? ¿Otro que aparece de la nada? ¿Y ahora qué? ¿Por qué nos enteramos recién? ¿Y así?”
Intenté decir algo, pero no pude. El interrogatorio seguía:
—“¿De qué trabaja? ¿Qué religión tiene? ¿Quiere tener hijos?”
Fue entonces que entendí que ya no quería explicar nada. Solo sentir. Así que colgué. Y le mandé un WhatsApp:
Tía, se cortó.
Y volví a dormir. Ardía.
Si algo se encendió en tu orilla, podés dejar una palabra acá.
Toda palabra será leída con atención. Las que vibren, quedarán visibles.