Escribir es una forma de no desaparecer en el ruido.

Un cuerpo piensa.
Una mente desea.
Una palabra vibra.

El Papa ha muerto. ¡Que viva el deseo!

“¿Qué sería del logocentrismo, de los grandes sistemas filosóficos, del orden del mundo en general, si la piedra sobre la que han fundado su iglesia se hiciera añicos?”
— Hélène Cixous

Flor entre ruinas de torre

El mundo se estremeció.
El cuerpo que durante décadas custodió el deber se rindió. El padre cayó.
Pero el deseo… el vivificador deseo quedó en pie.

Ese lunes cuando me desperté y revisé mis correos electrónicos, me sorprendió la noticia: el Papa Francisco había fallecido. Sus achaques, aunque graves, parecía que se habían superado. Y lo más importante, simbólico quizás, fue que falleció justo después del domingo de Pascuas.

Por esos días estaba trabajando en un tema fundamental para mi desarrollo personal: el decir adiós al método científico tradicional como manera de ser en el mundo. Entonces, lo que viene después, solo puede ser interpretado en ese marco: casi como una metáfora de mi proceso, fallece el Papa. Y la ciencia, como única manera de habitar el mundo, también.

La muerte del Papa no fue solo un hecho eclesiástico. Fue el eco de algo más profundo: el derrumbe de un paradigma. El que cree que hay una sola forma de conocer, una sola forma de decir la verdad, una sola forma de vivir el cuerpo.

Hélène Cixous llama la atención acerca de que el ordenamiento social siempre se produce de a pares: blanco/ negro, luz/ sombra, padre/ hijo. Y, en ese campo de batalla entre pares contrapuestos, siempre hay uno que triunfa y es el que impone una jerarquía. Si lo viéramos en términos filosóficos, lo masculino se impone sobre lo femenino, que es invisibilizado, excluido, enmudecido. Existe una relación entre el logocentrismo y el falocentrismo que, advierte la autora, es tiempo de revisar.

Entonces, el Papa, como guardián canónico de las normas, aquel que vive en un “deber ser” desprovisto de emociones y de sensaciones, cuyo cuerpo es inasible y no admite las pulsiones, representa la tradicional visión de las ciencias, que pretende ser objetiva, no valorativa, que no se mezcle en el barro de las pasiones, de los deseos, incluso de las percepciones cotidianas en nombre de un jerarquizado modo de ver la realidad, que se sustenta en el dominio de la naturaleza… Así como el jerarquizado orden filosófico se sustenta en la exclusión de lo femenino.

Pero ¿qué pasaría, si enfrentáramos la pregunta de Cixous, y nos animáramos a experimentar la caída de la torre que fundamenta la iglesia y la hacemos añicos? ¿Qué pasaría si pudiéramos responder la invitación de la autora y pudiéramos despertar para crear otro modo de hacer ciencia y considerar de manera distinta el rol femenino en la realidad? Ahora la escena parecía responder esa pregunta.

Indudablemente, desaparecería la batalla entre las dicotomías. Y quizás podríamos hacer de la ciencia una actividad demasiado humana que permita que se expliciten sus valores, su subjetividad, y a partir de allí se construyan nuevas soluciones.

En épocas donde el dominio de la naturaleza está agotado, la introducción del deseo en la ciencia y su aceptación como principio rector de la vida, es irreversible. Solamente así podemos encontrar una dirección que permita rescatar la humanidad en tiempos donde se discute hasta su inteligencia.

Ya Cixous lo había adelantado:
“Cuando ellas despierten de entre los muertos, de entre las palabras, de entre las leyes.”

Ya no se trata de matar al padre, sino de escribir sin él.
Ya no se trata de buscar la verdad, sino de encarnarla.

Si algo se encendió en tu orilla, podés dejar una palabra acá.

Toda palabra será leída con atención. Las que vibren, quedarán visibles.

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No hay guía. No hay método. Solo deseo encarnado.

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© Yanina TorresPensar. Encarnar. Mutar.

Hecho en Argentina con fuego lento.
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