Un cuerpo piensa.
Una mente desea.
Una palabra vibra.
Hoy no lanzo un sitio. Me lanzo a mí.
“We’re too old to just stand here, waiting to break apart.”
– Keane, The Starting Line
Los mejores recuerdos que tengo me llevan a Córdoba. Hace más de veinte años encarné, hasta ahora, la versión más auténtica de mí: la que trasnochaba entre libros existencialistas y papers de Filosofía, escribía poesía y buscaba el sinsentido de la vida.
Por entonces conocí a quienes serían mis dos padres espirituales: Friedrich Nietzsche y Paul Feyerabend. La transgresión en su forma más pura, más alta. Fría como la montaña solitaria donde habitan quienes inician el viaje del héroe.
Leerlos no fue fácil. En la academia que por mucho tiempo fue mi hogar, la rebelión de las formas es peligrosa. El deseo está proscripto. El verbo es solo un componente gramatical. Así que los miraba de reojo, fascinada, con una atracción que no podía explicar, como si desafiarlos fuera también desafiar la verdad como correspondencia, ese lenguaje predominante, exclusivo.
Pero no fue hasta ahora que tanto Nietzsche como Feyerabend se encarnaron en mí. El “todo vale”, el “eterno retorno” y la “voluntad de poder” se volvieron chispa: el verbo, acción. La idea, expresión. El deseo, sensación. Lo que por años fue apenas flatus vocis, hoy se transforma en palabra viva.
Ese rito de paso entre el pensamiento y lo encarnado me tomó meses, muchas lágrimas y una verdad tan honda que hizo estallar una forma de estar en el mundo que ya no reconocía como propia. Volvieron las noches en vela, los libros existencialistas, los textos subrayados con los dedos, el cuerpo temblando y escribiendo. Uno de los primeros frutos fue este sitio. Inacabado, como yo.
La diferencia entre la que fui y la que estoy siendo es que ya no prometo. Solo existo. Y, por ende, cumplo. Aunque debo aceptar que extraño a la que no soy todavía.
Sigo en ese umbral, nombrando lo que nunca fue nombrado, sintiendo lo que nunca fue sentido. Y esa es mi verdad. Una verdad más cercana al precipicio que a la seguridad del método científico. Una verdad que ya no explica, sino que vibra. Que ya no es fría como la montaña, sino cálida como el sol en Bexhill-on-Sea en pleno verano.
Dejo atrás a la que no se permitía ser libre, ni personal ni intelectualmente. Hoy entiendo, gracias a mis padres espirituales, que la libertad se habita cuando el deseo se convierte en faro. Un deseo que empuja, que embiste, que acompaña en las noches más oscuras del alma.
Me emociona haber tenido el coraje de escuchar ese llamado. El que me estaba esperando, desde hace más de veinte años, en aquellas madrugadas de filosofía, angustia y poesía.
Hoy no explico. Construyo. Vibro y camino.
Córdoba fue el comienzo.
Bexhill, el retorno.
Yo, la que vuelve con fuego.
No prometo nada. Pero puede ser que cumpla.
Compartí este texto en tus redes:
[addtoany]
Si algo se encendió en tu orilla, podés dejar una palabra acá.
Toda palabra será leída con atención. Las que vibren, quedarán visibles.
Bienvenido/a a este viaje. ¿Vibramos juntos/as?
← Volver a la Bitácora© Yanina Torres — Pensar. Encarnar. Mutar.
Hecho en Argentina con fuego lento.
yo@soyyaninatorres.com